EL GATO DIO PARA COMER DIEZ DIAS.
Quiere la casualidad que la víspera de mi cita con los viejos horrores
del asedio de Leningrado me tope en la calle con las explosiones de las
bombas, y con el mismísimo Stalin. Es en una gran pantalla instalada al
aire libre al final de la Mihajlovskja, una avenida que sale de Nevski
Prospekt y en la que se proyecta un filme moderno sobre el terrible
episodio de la II Guerra Mundial. Me siento en una silla plegable junto a
un indigente con pantalones de camuflaje que aferra una botella de
vodka y los dos pegamos un bote cuando las imágenes muestran cómo se
derrumba una manzana de casas entera entre un atronador estruendo. Con
todo, los bombardeos no fueron lo peor de aquellos 900 días que costaron
a la actual San Petersburgo cerca de un millón de muertos, un número de
vidas mayor que el que perdieron los británicos y los estadounidenses
en toda la guerra.
El diario, escrito a mano e ilustrado con algunos dibujos, arranca el 22
de mayo de 1941, con las anotaciones usuales de una jovencita
cualquiera sobre estudios, amistades y primeros amores, como Vovka
(“Ojalá me mirara una sola vez”). “Me vienen pensamientos tristes a la
cabeza, tengo muchas ganas de romper a llorar”, escribe Lena, que anhela
cambios en su vida. Estos van a llegar, pero no los esperados. El 22 de
junio anota que las tropas alemanas han cruzado la frontera. Mujina da
cuenta de las primeras disposiciones, la construcción de refugios, la
instalación de antiaéreos.
El diario, escrito a mano e ilustrado con algunos dibujos, arranca el 22
de mayo de 1941, con las anotaciones usuales de una jovencita
cualquiera sobre estudios, amistades y primeros amores, como Vovka
(“Ojalá me mirara una sola vez”). “Me vienen pensamientos tristes a la
cabeza, tengo muchas ganas de romper a llorar”, escribe Lena, que anhela
cambios en su vida. Estos van a llegar, pero no los esperados. El 22 de
junio anota que las tropas alemanas han cruzado la frontera. Mujina da
cuenta de las primeras disposiciones, la construcción de refugios, la
instalación de antiaéreos.
Sitio de Leningrado
Pero Hitler, ante la perspectiva de tener que mantener a una población enemiga de más de 3.000.000 de habitantes, instruyó que se la sitiara y se dejara morir a la población por hambre y frío. El sitio duró casi 900 días, desde 1941 hasta 1944. La población rusa sitiada fue sometida a la más increíble lucha por la supervivencia, donde el agotamiento de los alimentos llevó a parte de la población a realizar actos de antropofagia y mercadeo de cadáveres.
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