Donderdag 10 April 2014

Dilemas de la guerra civil IV: el anarquismo en España.

.El cuerpo doctrinal Las cosas como fueren, no parece difícil establecer los elementos principales que moldearían el cuerpo doctrinal del anarquismo. Los mencionaré: el rechazo de todas las formas de autoridad y explotación, y entre ellas las que se articulan alrededor del capital y del Estado, la defensa de sociedades asentadas en la igualdad y la libertad, y la postulación, de resultas, de la libre asociación desde abajo.” “Los anarquistas han mostrado de siempre un manifiesto recelo ante los programas cerrados que tanto gustan a quienes por lo común no han sacado nunca adelante programa alguno o, más aún, han violentado éste desde partidos e instituciones. Tampoco arrastran ninguna pretensión de construir una teoría científica, toda vez que acatar esta última acarrea, en un grado u otro, aceptar también una autoridad que se encarga de gestionarla. En este orden de cosas el anarquismo es más bien, como lo sugiere a menudo en sus textos David Graeber, un impulso inspirador y creativo[4] que procura preservar —agregaré— una actitud abierta ante la diversidad y la diferencia —aun a sabiendas de lo complicado que es imponer la no imposición—, y al respecto recela de las normas de aplicación universal.” (...) “Significativo es, en fin, que la mayoría de los teóricos del anarquismo español —obviemos las excepciones de Tarrida del Mármol, Salvochea, Mella, Puente, Abad de Santillán y los integrantes de la familia Urales— fuesen obreros autodidactos.” “Es verdad que a la hora de conformar el cuerpo doctrinal del anarquismo no han faltado escuelas y corrientes. Hay anarquistas individualistas como los hay —la mayoría: mutualistas, colectivistas, comunistas…— que no lo son, hay anarquistas que se reclaman del pueblo en general como los hay que vinculan sus reivindicaciones con un grupo humano singularizado, hay anarquistas que otorgan rotunda prioridad al trabajo sindical como los hay que recelan de éste, hay anarquistas pacifistas como los hay que no lo son tanto, hay anarquistas que se adhieren a una modulación doctrinal del discurso correspondiente como los hay que beben de una vena obrerista o se vinculan con el mundo de la contracultura, y hay, en fin, y me acogeré a una categorización que ha alcanzado algún eco, anarquistas con A mayúscula los que no se habrían integrado en ninguna de las corrientes existentes —como los hay con a minúscula se vincularían con alguna de ellas—. La circunstancia que me ocupa dificulta, claro, la tarea de una crítica cabal del anarquismo, toda vez que los eventualmente afectados pueden no sentirse aludidos por ella.” “Dejaré claro desde este momento que, aunque la lectura de Bakunin, Kropotkin y Malatesta me parece muy recomendable, me interesa más el horizonte mental, no identitario, que se vincula con el significado —admitiré que discutible— que atribuyo al adjetivo libertario. Me interesan más, en otras palabras, las organizaciones y las gentes que se ajustan a lo que invoca ese adjetivo que las organizaciones y las gentes que se adhieren puntillosamente al canon anarquista, en el buen entendido de que estimo que estas últimas las más de las veces operan, de manera venturosa, de forma no estrictamente doctrinal e identitaria. Dicho sea en otros términos: creo firmemente que, con arreglo a mi distinción terminológica, no todos los libertarios son al tiempo anarquistas, pero son manifiesta mayoría los anarquistas que, por lógica y por consecuencia, asumen las reglas del juego de la práctica libertaria.” “Nuestros libertarios tuvieron, claro, sus defectos. Si entre ellos operó a menudo una vanguardia alejada de una base apática, la falta de planes serios sobre el futuro y las contradicciones en lo que atañe a la participación en el juego político se sumaron con frecuencia a una estéril gimnasia revolucionaria y, con ella, a una violencia gratuita. Nada de lo dicho invita a soslayar, sin embargo, los enormes méritos de un movimiento que dignificó a la clase obrera, desplegó un igualitarismo modélico en provecho de los más castigados, creció sin liberados ni burocracias, aportó eficaces instrumentos de resistencia y presión, desarrolló activas redes en “forma de granjas, talleres y cooperativas, desplegó audaces iniciativas educativas y culturales, y mostró, en fin, en condiciones infames, una formidable capacidad de movilización. La CNT fue, por añadidura, un agente vital para frenar, en julio de 1936, el alzamiento faccioso, protagonizó en lugar prominente, en los meses siguientes, una experiencia, la de las colectivizaciones, que bueno sería llegase a conocimiento de nuestros jóvenes y padeció una represión salvaje por parte del régimen naciente. Varios libros de recomendabilísima lectura —La cultura anarquista a Catalunya de Ferran Aisa, ¡Nosotros los anarquistas! de Stuart Christie, Venjança de classe de Xavier Diez, La lucha por Barcelona de Chris Ealham, Anarquistas de Dolors Marin y La revolución libertaria de Heleno Saña[45]— recuperan ese mundo de ebullición social y lucha permanente. “Volveré, con todo, a lo del discurso oficial, siempre vinculado con un lamentable ejercicio de presentismo: lo que ocurrió tiempo atrás se juzga sobre la base de los valores que —se supone— son hoy los nuestros. Nada más sencillo entonces que olvidar las condiciones extremas que, en lo laboral y en lo represivo, se hicieron valer en el decenio de 1980, como nada más fácil que homologar la violencia del sistema con la de quienes la padecían. Nada más razonable que dar por demostrado el talante reformista de la segunda república —¿de trabajadores?—, olvidando en paralelo la represión a la que se entregó —no sólo durante el bienio negro—, el incumplimiento sistemático de las leyes aprobadas y, tantas veces, la aceptación callada de muchas de las reglas del pasado. Desde la comodidad del presente nada más lógico, en fin, que oponer a sindicalistas buenos y anarquistas malos mientras se enuncian rotundas certezas en lo que se refiere a la condición venturosa de la participación de la CNT en el juego político tradicional, se estigmatiza como anacrónico y deleznable todo lo que oliese a revolución social, y se convierte a los libertarios en responsables mayores de los problemas de la república.” “«La policía republicana es como la monárquica, de la misma manera que la tiranía republicana es igual que la de la monarquía. La policía no ha cambiado; nunca cambiará. Su misión era, es y seguirá siendo la persecución de los trabajadores y de los pobres», rezaba en 1932, con impecable lucidez, un editorial de Solidaridad Obrera[49].” Pasaje de: Taibo, Carlos. “Repensar la anarquía.”




Anarquismo en España

El anarquismo es la filosofía política que propone una sociedad basada en la libertad y la igualdad económica. Para ello rechaza la necesidad del Estado o de un poder público que gobierne sobre las personas. Bajo una formulación tan simple, pocas doctrinas o movimientos han manifestado una tan gran variedad de aproximaciones y acciones, que no siempre fueron bien entendidas por la opinión pública. Históricamente hablando, el anarquismo se centra en general en el individuo y en la crítica de su relación con la sociedad, su objetivo es el cambio social hacia una futura sociedad libre.
En el territorio español históricamente el anarquismo ganó un gran respaldo e influencia. Ya desde la época de la Primera República (1873-1874) las organizaciones influidas por el anarquismo eran las más potentes del país. Esta influencia se repetiría entre 1918 y 1919, cuando una organización sindicalista fundamentada en principios anarquistas, la Confederación Nacional del Trabajo, logró despuntar y agrupar a cientos de miles de trabajadores. Durante la Segunda República y la guerra civil de 1936 el anarquismo vivió sus años más importantes, destacando su participación en la llamada Revolución Social Española de 1936, que tuvo lugar después del golpe de estado del ejército español. Esta revolución social ha sido uno de los pocos episodios históricos en la que las ideas anarquistas de organización social se han llevado a la práctica a gran escala en el mundo. En el año 1977, durante la transición, el anarquismo volvería brevemente a ser una opción política, cultural y social de masas.


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