Donderdag 29 Mei 2014

La destrucción

No hay enigma en la China contemporánea descrita por Qiu Xiaolong en su última novela policíaca. El país que presenta Qiu en El enigma de China (Tusquets Editores, 2014) es obscenamente transparente y aterradoramente próximo a, por ejemplo, la España anterior a esta crisis económica. Ambientada, como sus precedentes, en Shanghái, la última entrega de las peripecias del inspector jefe Che Cao retrata una megalópolis entregada en cuerpo y alma a la especulación inmobiliaria, fuente de rápidos ingresos millonarios para los políticos que recalifican y venden terrenos públicos, los constructores privados que levantan rascacielos y urbanizaciones y los particulares con acceso al dinero fácil. Suena familiar, ¿no?
        El enigma de China“La reforma inmobiliaria”, escribe Qiu, “es en realidad un inmenso chanchullo que sólo beneficia a los funcionarios del Partido, y que está inflando la economía hasta convertirla en una burbuja gigantesca”. La corrupción es, por supuesto, la hermana siamesa de esta fiebre del ladrillo: gangrena al poder y se extiende por todo el cuerpo social. Déjà vu, de nuevo.
       El Shanghái que describe Qiu es una ciudad en casi todo similar a cualquier metrópolis occidental: los muy ricos se van haciendo cada vez más ricos, las clases medias aspiran a disfrutar de las migajas del banquete y nadie atiende a los que caen en la pobreza y la marginación. Los símbolos de estatus son también idénticos: poseer automóviles alemanes de lujo, llevar relojes de grandes marcas suizas, ver la tele en pantallas extraplanas de muchas pulgadas, tomar café en un Starbucks, citar en inglés los latiguillos de las escuelas de negocios… Tan sólo el consumo de cigarrillos -abandonado por los saludables triunfadores de Occidente, pero aún vigente en China- y la tolerancia social con los poderosos que tienen concubinas –ahora llamadas pequeñas secretarias-, serían aún especificidades chinas.




 MANUEL ANSEDE // A mediodía del 16 de diciembre de 1943, Elfriede Remark, una modista alemana de 40 años, fue ejecutada en la prisión Plötzensee de Berlín. Su delito había sido criticar a Hitler en conversaciones con sus vecinos, que la delataron ante las autoridades nazis. Tras la ejecución, su cuerpo fue llevado al departamento de Anatomía de la Universidad de Berlín, donde fue diseccionado por el médico Hermann Stieve, especialmente interesado en el estudio del aparato reproductor femenino. Diseccionó a 174 mujeres, todas ellas ejecutadas. Cuatro estaban embarazadas.






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